Esta criatura de ojos dulces y cabellos del color del trigo en verano, que todavía se encuentra en esos inocentes días, los últimos de la infancia y primeros de la adolescencia, es Amaurin, hija de Amauriel, doncella de la reina Aliana.
La pequeña elfa se encuentra de repente arrastrada por los terribles acontecimientos sucedidos durante la invasión de Feldgrin y debe asumir, pese a su tierna edad, una gran responsabilidad: sustituir a su propia madre como asistente de la reina, tarea en la que Amaurin trata de poner todo su empeño y dedicación, demostrando tener una madurez superior a la que le correspondería a su edad, y eso a pesar de que a menudo las cosas se ponen muy, muy difíciles para los elfos supervivientes de Feldgrin.
Es más, en los últimos y más dramáticos capítulos de la novela, Amaurin se ve abocada a tener que entregar algo más que su vida, su propia naturaleza élfica, para proteger a la criatura que le había encomendado la reina.
¿De qué criatura estamos hablando? ¿A quién le encomendó la reina que cuidara? ¿Qué he querido decir con eso de que tuvo que entregar hasta su propia naturaleza élfica? ¿Qué le pasó a esta dulce muchachita?
Ah, mis inocentes lectores. No creeréis que os voy a destripar el final de uno de los capítulos más dramáticos de nuestra apasionante novela, en el que además ocurre casi el desenlace final de todo. No, queridos. Habréis de leer, página a página, habréis de sufrir, llorar, reír y suspirar de emoción, hasta culminar el apasionante relato de Los Elfos de Feldgrin.
Hasta pronto, mis queridos feldgrineses. Los que os habíais quedado por aquí en sacos de dormir, ya os podéis ir a descansar a vuestras casas. Ya no vuelvo hasta la próxima semana, en que volveré con nuevos personajes apasionantes de nuestro adictivo relato. Cuidaros mucho...
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