Buenos días, mis apreciados feldgrineses. He de reconocer que a estas alturas, cada que vez que me detengo a elegir el personaje del que os voy a hablar, ya me va costando encontrar alguno "virgen". A ver, no nos enredemos, quiero decir, que no os haya explicado todavía. Hasta la fecha, creo que se han presentado unos veintiséis, y hasta en una novela de la envergadura de Los Elfos de Feldgrin tiene que llegar un momento en que los lectores hayan devorado hasta la última de sus páginas y hayan conocido hasta el último de sus protagonistas.
Los ciudadanos feldgrineses confiaban plenamente la educación de sus hijos a este bondadoso anciano, de inabarcable edad, viejo entre los más viejos, paciente como ningún otro con los pequeños infantes elfos.
Probablemente os imaginaréis que los retoños elfos iban a un edificio similar a una escuela, o a algún lugar que cumplía esa función, de manera parecida a como hacemos los humanos en el mundo real. Pues en absoluto, mis queridos amigos. La educación élfica estaba basada en un sistema ambulante e itinerante. Trataré de explicároslo mejor.
Cada mañana, muy temprano, el maestro Doriath comenzaba a recorrer las calles de Feldgrin, haciendo sonar los alegres cascabeles que llevaba colgados de su báculo. Al soniquete cascabelero, los soñolientos niños feldgrineses iban saliendo de sus casas y se iban uniendo al creciente rebaño de pequeñuelos que seguían a su pastor, el maestro Doriath. Evidentemente, Doriath no era el único en su profesión, en una ciudad con más de ciento cincuenta mil habitantes, pero Doriath es al que el azar llevó a protagonizar, junto con el resto de intervinientes de nuestra historia, el desesperado éxodo que los desdichados elfos se vieron obligados a emprender cuando los orcos invadieron la ciudad y convirtiéndose, por tanto, en protagonista de pleno derecho en nuestro relato.
Continuamos con la labor de Doriath: una vez completo su "rebaño", el maestro llevaba a sus pupilos a algún lugar, siempre diferente, pero siempre al aire libre: un bosque, la ribera del río Glanaluy, alguna colina cercana de los verdísimos Montes de Terciopelo o cualquiera de los maravillosos parajes naturales que circundaban la capital feldgrinesa. Allí les inculcaba una educación basada en el respeto al medio ambiente, y en la colaboración con la Naturaleza, principios importantísimos, como podréis suponer, para la sociedad élfica.
Más tarde, después de una larga jornada de provechosas enseñanzas, los pequeños eran llevados de vuelta a sus domicilios, y entregados uno por uno, sanos y salvos a sus familias. Así era el día a día en esta esplendorosa ciudad, hasta aquel fatídico día en que todo se vino abajo...
¿Conseguirá Doriath sobrevevir a los dramáticos sucesos que se describen en el relato? ¿Y los niños de los que él era responsable cuando... el apocalipsis se abatió sobre la ciudad? ¿Qué hizo con ellos? Ah, mis estimados impacientes, todo lo sabréis a su debido momento, cuando hayáis podido echarle el guante a un ejemplar impreso de la apasionante novela Los Elfos de Feldgrin.
Hasta que llegue ese momento, iros conformando con estas miguitas que os voy dejando en el blog. Sé que no son consuelo suficiente, pero es la única forma que tengo de iros enseñando el país y las gentes de Feldgrin, hasta que algún editor se interese por el proyecto.
Hasta pronto, mis queridos amigos. Estoy deseando volver para contaros más. Un fuerte abrazo, feldgrineses.